Perdónenme que esta vez hable en primera persona queridos lectores. Pero es necesario hacerlo. Me considero un ciudadano de avanzada y profundas convicciones democráticas incapaz de rechazar las preferencias y creencias de los demás.
Soy respetuoso y tolerante de las posiciones y decisiones de los demás, no importa que esas posturas no sean de mi agrado, o que entren en contradicción con la visión que tengo del mundo.
Estoy súper consciente de que todo en la vida debe evolucionar, que nada, por más que queramos, puede permanecer estático, inmóvil, idéntico, sería anti dialéctico creerse eso.
Ahora bien, hecha estas precisiones es necesario decir que todo proceso social transformador debe tener una direccionalidad que implique limites que garanticen el sano avance dela sociedad en donde se produzca.
Esto sin embargo, no ocurrió en ocasión del Día del Amor y la Amistad, donde un hombre hasta el momento no identificado se presentó en un centro educativo del Distrito Nacional para obsequiar un peluche e intercambiar afectos con un estudiante que, aparentemente es su pareja sentimental.
Esto no puede tomarse como una expresión de amor y ternura pura y simple, ahí hay una intencionalidad de alguien que a sangre y fuego quiere imponer un nuevo modelo de sociedad orientada a valores anticristiano.
Eso que aconteció en ese centro educativo de la Capital no es fortuito, casual, espontaneo, no, eso es dirigido y patrocinado desde fuera con el apoyo de soportes ideológicos locales.
Aquí de un tiempo a esta parte se vienen aceptando una serie de comportamientos y actuaciones de grupos e individuos que quieren hacer creer que ellos son los campeones de la pos modernidad, los predestinados por la Divinidad para una nueva civilización.
No soy más puro que nadie, tampoco soy el décimo Trinitario, pero aquí en esta media isla no se puede estar permitiendo que escenas tan nocivas para la familia y la sociedad ganen espacio. Así no…., y punto.