Por Alberto Quezada
Para filósofos como Montesquieu, Voltaire y Rousseau la libertad de expresión fue definida como una posibilidad de producir el disenso y fomentar el avance de las artes, las ciencias y la auténtica participación política en las sociedades.
Sin embargo, en la República Dominicana si pasamos revista a la historia social y política podemos afirmar que este derecho fundamental consagrado en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 ha tenido sus altas y sus bajas.
Por ejemplo, el papel de la prensa y la libertad de expresión durante los primeros 12 años de los gobiernos que encabezó el ex presidente Joaquín Balaguer (1966-1978) fue un periodo de negación de este derecho fundamental.
El tratamiento ofrecido a los medios de comunicación escrito y de otra índole fue de absoluta hostilidad ya que se hacían presentes elementos oprobiosos como la represión, censura y las violaciones más vulgares a los derechos humanos.
De igual manera, se ponían de manifiesto otras modalidades como secuestros, prisión ilegal, desapariciones, represión, violaciones sexuales, muertes y otros elementos negadores de esa libertad de expresión.
Si hacemos una evaluación de esos tres periodos presidenciales sale a relucir la negación de este derecho al punto que se produjeron alrededor de mil 200 personas muertas, a causa de la represión y unas 11 mil víctimas directas e indirectas, que incluyeron opositores políticos, viudas, huérfanos y dolientes.
Ahora bien, en la actualidad a pesar de que República Dominicana disfrutar de un excelente clima de libertad de expresión sin restricciones lesivas, en el ejercicio de ese derecho aún persisten algunos muros culturales ya enraizados en la psiquis de los dominicanos que hay que eliminar.
Hacemos el planteamiento partiendo del hecho de que como sociedad y como individuos la mayoría de los dominicanos no han madurado lo suficiente, por ejemplo, como para aceptar y escuchar expresiones que no les gustan o que le resultan ofensivas.
Los dominicanos no han entendido que no es necesario responder como adolescentes molestos ante una crítica o hacer frente al discurso que nos desagrade. La censura no reprime ideas, la censura crea mártires ideológicos. Esto que lo entiendan los trogloditas e intolerantes de nuevo cuño.
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