Si en este tránsito del siglo XXI en pleno desarrollo de la posmodernidad a los ciudadanos que interactúan en esta sociedad se les permite que hagan lo que le venga en ganas, sin ninguna consecuencia, inexorablemente nos dirigimos al fracaso más absoluto.
Si se deja pasar como quien ve llover, en una especie de anomia social, la burla y el incumplimiento a las leyes y disposiciones nacionales, no hay dudas de que nos encaminamos a la consumación del desorden y el desastre.
A qué viene todo esto, bueno a lo siguiente. Hace unos días que la medida dispuesta por el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (Intrant) que prohíbe a los transportistas de carga circular por el carril izquierdo y a más de 70 kilómetros por hora, ha sido violada por este sector en su primer día de aplicación.
Fue de conocimiento público a través de publicaciones en distintos medios de comunicación nacional la circulación de manera libérrima por distintas autopistas y avenidas del país sin medir las consecuencias. Así no puede ser, por amor a Dios. Aquí en nombre de la mentada democracia no se puede seguir tolerando que nadie, por más poderoso que sea, haga de esta sociedad una caricatura y, del cumplimiento de las leyes y normas una aspiración.
Fue doloroso ver y leer cómo camiones y patanas de todo tipo, transitaban fuera de carril y a altas velocidades en las avenidas Gregorio Luperón, 27 de Febrero, John F. Kennedy, George Washington y las autopistas Juan Pablo Duarte, 6 de Noviembre y la carretera Francisco del Rosario Sánchez que conduce a San Cristóbal, sin que la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (Digesett) les fiscalice.
Aquí en la actual coyuntura global y nacional lo que se impone es, duélale a quien le duela y afecte a quien afecte, la aplicación de la Ley. ¿Pero porque es que se hace tan difícil cumplir la Ley Virgen de la Altagracia? Uffff.