La estrategia de comunicación que viene desarrollando el Gobierno del presidente Luis Abinader en este tercer año de ejercicio gubernamental se puede definir como un concepto de atención absoluta a su figura y gestión.
Es una estrategia abarcadora, con una agenda de temas puestos en los medios comunicación y la opinión pública de lunes a domingo que no les deja espacios a sus adversarios, los relega, los minimiza y prácticamente los invisibiliza como actores en el debate nacional.
Al parecer, la matriz diseñada desde el ámbito oficial con la figura del presidente Luis Abinader como candidato oficial a la reelección ha sido concebida para impactar en todos los espacios posibles, como lo plantean algunos estrategas de la comunicación política, por aire, mar y tierra.
No hay un día de la semana que el doctor Abinader no esté en una actividad de carácter oficial, privada o de otra índole, en conclusión, el presidente del cambio está como en la sopa, nos sale en todas partes.
En esa dirección, lo más reciente que conocemos en ese intento del gobierno por acaparar o controlar la atención de la opinión pública en la figura del actual mandatario dominicano lo es LA Semanal con la Prensa que se realiza cada lunes en el Palacio Nacional.
Esa dinámica se ha querido vender con un espacio gubernamental para la conexión del gobierno y jefe de Estado con la población, teniendo como interlocutores a algunos medios de comunicación que cubren la fuente palaciega y una y que otra figura de la televisión o el mundo digital seleccionada por los anfitriones.
No hay dudas, LA Semanal con la Prensa es el instrumento de propaganda política que más que, buscar dar respuestas a las inquietudes de los asistentes que se dice representan los distintos sectores del pueblo, lo que hace es amplificar en términos reales la administración abinadeliana.
Desde luego, nunca se debe menospreciar y rechazar la oportunidad de que un presidente hable de frente a través de los medios de comunicación con el pueblo, pero de ahí a convertir eso en una pasarela de figuras faranduleras, de comunicadores usurpadores de la profesión de periodista y las nuevas “figuras” marchitas de las plataformas digitales es una barbaridad en pleno siglo XXI. La comunicación gubernamental y política debe ser otra cosa. ¿O no?