David Collado es de los presidenciables del oficialismo el político más raro del PRM. Tiene carisma, pero no tiene ejército. Tiene imagen, pero no estructura.

Y en un partido donde se gana con guaguas, gasolina y lealtades pagadas, Collado parece más un gerente de hotel que un jefe de tropa.
Su ventaja es evidente: luce moderno, limpio, potable. Para el 2028, cuando el PRM cargue con ocho años de poder y escándalos, esa frescura será un activo.
Collado puede venderse como “continuidad sin desgaste”. Y claro, a los empresarios les encanta: es predecible, no levanta polvo y habla el idioma de los inversionistas.
El problema es que en política no gana el más bonito de las encuestas, sino el que tiene las llaves de los comités y las manos en la caja chica. Y ahí Collado se queda corto.
Su silencio, que hoy lo protege, mañana puede ser su condena. El que no se moja no mueve pasiones, y sin pasiones no hay votos internos.
Enfrente, tendrá rivales con apellido, historia y estructura: Carolina Mejía, Wellington Arnaud y, sobre todo, el “dedo” de Luis Abinader. Porque nadie se engañe: en el PRM el verdadero árbitro se sienta en Palacio Nacional.
Y si el Presidente Luis Abinader decide bendecir a otro, Collado terminará siendo lo que muchos ya sospechan: el candidato de los ricos, no de las bases.
De manera que, el señor Collado tendrá que hilar fino desde ahora y durante todo el tiempo que aún falta para las elecciones internas del PRM, así como de cara a las próximas elecciones nacionales del 2028.
En conclusión, Collado brilla en la prensa, seduce en los cocteles y enamora en las encuestas. Pero en el terreno duro de la política, donde se cuentan delegados, se llenan guaguas y se reparten empleos, todavía parece un extraño.
El 2028 será su prueba final: o se convierte en jefe de su propia tropa o seguirá siendo lo que hasta ahora ha sido: un príncipe sin corona, aplaudido en los salones, derrotado en las urnas.
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