Por Patricia Arache
@patriciarache
Cuando el poeta español Antonio Machado escribió “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedios, contigo porque me matas y sin ti, porque yo no puedo”, no proyectaba que ese estribillo quedaría tan bien aplicado a unas relaciones que históricamente han sido de amor y de odio, y cuyas protagonistas, las Repúblicas Dominicana y la de Haití, están conminadas a entenderse, sí o sí.
Las letras popularizadas después por el cantante también español Emilio José, a modo de copla, se adaptan al momento que existe en medio de la prolongación de la crisis socioeconómica de Haití, que, además de la violencia social, sigue sumergido en un abismo angosto de total carencias.
Mucho tardaron representantes de sectores laborales dominicanos, al poner el grito al cielo, tras el anuncio del gobierno de Luis Abinader de que repatriaría a por los menos diez mil nacionales, en condición de indocumentados, cada semana.
No se sabe si el elevado número de repatriaciones prometidas por el gobierno se ha estado cumpliendo, pero sí está claro que representantes de los sectores de la construcción y de la agricultura, fundamentalmente, han elevado su voz, porque sobre los hombros de los haitianos es que descansa, casi por completo, las áreas a las que pertenecen.
La historia de Haití ha estado marcada por una inestabilidad política crónica, golpes de Estado, desastres naturales y el aumento significativo de la violencia de pandillas, con un clima de inseguridad tal que dificulta hasta la sobrevivencia de hombres, mujeres y niños en esa nación.
El vecino Haití es una nación de instituciones débiles, de liderazgos atomizados y de ausencia de estructuras físicas, éticas y morales que permita pensar en una salida a corto plazo a la crisis social, económica y política que enfrenta.
Las naciones que conforman los organismos internacionales competentes parecen ser ciegas, sordas y mudas frente a una realidad que es cada vez mas complicada y que, sin duda, coloca a la República Dominicana en una de las peores situaciones de los últimos tiempos, respecto al flujo migratorio desde ese lado de la isla.
Es obvio que las causas de la crisis haitiana son múltiples y complejas, y se remontan a su historia colonial, la independencia, y las intervenciones extranjeras y cuando a una nación, aparte de República Dominicana, que paga los platos rotos, piensa en “ayudar”, solo se enfoca en una parte del problema, que, aunque grave porque genera sangre, dolor, muerte y luto, no es lo peor que enfrentan los haitianos.
Más que fuerzas militares, Haití demanda asistencia en salud, alimentación, educación, viviendas, calles, aceras, contenes, agua potable, medicinas y otras muchas cosas que no lo pueden aportar hombres armados, enviados desde lejanos lugares a enfrentar la violencia.
Se requiere impulsar un modelo de desarrollo económico que genere empleo y reduzca la pobreza, pero que también sea sostenible a largo plazo y que la nación pueda dar un salto, que no sea al vacío, como ocurre continuamente.
La comunidad internacional debe apoyar a Haití, pero de manera coordinada y con un enfoque a largo plazo, es el discurso más democrático, humano y solidario que se puede pronunciar.
Las autoridades de República Dominicana reclaman una y otra vez esa ayuda, porque, es obvio, que el desarrollo de Haití no depende de que el territorio nacional se llene de haitianos, sino de que se pueda lograr que los vecinos de ese país se queden y se desarrollen en su territorio, aunque ese enfoque no parecen entenderlo los políticos de esa nación, y queda en evidencia cuando se limitan a rechazar las repatriaciones de indocumentados.
Tampoco parecen entenderlo representantes de sectores empresariales del país que, en medio del torbellino y lejos de comenzar a buscar soluciones a la ausencia de la mano de obra haitiana no documentada, se aferran a emitir fuertes lamentos y pronósticos sobre el advenimiento de grandes crisis en sus sectores y, por ende, en la economía nacional.
¡Qué difícil es la cosa!