Por Margarita Cedeño de Fernández
El mundo se ha volcado con determinación hacia el espacio digital, por muy diversas razones. En algunos casos por el deseo de estar comunicado, en otros por la necesidad de obtener una información o por la comodidad de apoyarse en la tecnología para ser más productivos y aprovechar mejor el tiempo. No importa el por qué, la humanidad está poniendo la tecnología y sus herramientas, al servicio de sus intereses.
Como ha sucedido en otras ocasiones en la historia, los grandes avances cualitativos y cuantitativos, han traído consigo amplios debates sobre cuál debe ser la media con la cual se mida el comportamiento de la humanidad. Es decir, cuáles son los principios universales que deben regir el uso que los seres humanos damos a las herramientas y recursos puestos a nuestra disposición.
Es un debate en torno al comportamiento ético de los ciudadanos cuando se enfrentan al dilema de que los avances en la ciencia cada vez más nos hacen sentir como si todo fuera posible para el ser humano, cuando en realidad, no lo es. Los límites deben ser establecidos desde la ética, por ende, la ética misma se convierte en un fenómeno humano que está permanentemente inconcluso, por lo que debe refinarse de generación en generación. Algunos ya afirman que la ética es el gran proyecto común en la historia de la especie humana.
Ese gran proyecto que constituye un reto para el mundo digital, puesto que la tecnología bien puede ayudar a la construcción de una sociedad abierta, pluralista, tolerante, justa y equitativa; como también puede servir para ahondar las dificultades existentes y profundizar las brechas entre los entes sociales. La diferencia está en la forma como podamos potenciar las oportunidades positivas que genera la innovación digital, porque sin lugar a dudas, el progreso que genera la era digital ha de estar al servicio de todos y de la sostenibilidad del planeta.
Al hablar de ética digital, tenemos que abordar con responsabilidad la necesidad de articular un conjunto de reglas que gobiernan las interacciones que suceden en el ámbito digital. ¿Qué es aceptable y qué no en el uso de las redes sociales? ¿Cómo se define el buen uso de la información personal que otorgamos a entes públicos y privados? ¿De qué manera podemos formar conciencia sobre la responsabilidad de cada individuo en el uso de las herramientas digitales?
Un pragmático diría que, por tratarse de un territorio inexplorado, donde aún no existen reglas claras, sería tolerable un margen de errores, hasta tanto se defina un marco normativo. Sin embargo, la ética se trata de fundamentos, principios que están inscritos en el código genético de la humanidad y que son de aplicación universal, sin importar el ámbito de que se trate. Los principios comunes del mundo <<online>> se encuentran en los derechos humanos, en el compás de los valores, en la libertad, la igualdad y la solidaridad.
Al debate sobre la ética digital debemos sumarnos todos, porque requerirá rigurosidad en la tarea de definir un marco común aplicable a todos los usuarios del internet y la tecnología en general.